Me gustó la corrida de José Luis Pereda en términos generales y siempre a mi manera de ver, con su par de mansos correspondientes, y sin haber consultado servidora la opinión del resto de aficionados por esas redes de Dios, ni haber abierto aún periódico alguno, para evitar contaminaciones.
Pero para explicar yo, única y exclusivamente a los aficionados que vieron la corrida en la plaza y no por la televisión pues el secreto de lo percibido por la que firma estuvo en la cantidad de detalles que posiblemente no se vieron por el Plus de la Rien y taparon las limitaciones de una pantalla, para explicar yo, digo, decía, por qué me gustó la corrida necesitaría tres o cuatro días dedicados a la escritura y no dispongo ni de media de hora escasa, aunque apelo a la sección de comentarios para explayarnos si ustedes lo desean, mucho menos cuidada, luego más ligera y con menos trabajo.
Un dato: el sexto toro, Agotado, toro al que en una de las varas que recibió, creo recordar que la última pues jamás tomo notas, le metieron el palo barrenando de tal manera que parecía la puya un destornillador apretando un tornillo.
Una especie don Agotado como de cárdeno salpicado, burraco incluso, o vaya usted a saber la capa del toro que eso me importa poco -aunque nunca ensabanado- que se fue al caballo como una exhalación, para empezar y abandonando capotes, en cuanto olió a la acorazada de picar aparecer en la arena cuando apenas iba la acorazada por las tablas del tendido 10 a tomar posiciones para realizar la suerte en los terrenos correctos.
Ni colocado en suerte ni leches, se fue el toro para el caballo como una bala, recto, galopando, qué fijeza, le dieron su merecido como es natural muy bien dado, y, ni corto ni perezoso, se echó a los lomos a caballo y caballero sin contemplaciones queriéndoselos comer en cuanto los tuvo en suelo.
Sacado de allí, se emplazó el toro en los medios, amo y señor del redondel, mientras rulaban por los alrededores diecisiete tíos, contados uno a uno por servidora, diecisiete, los diecisiete tíos bajo control absoluto de Agotado, moviéndose los toreros para un lado y para otro, en círculo y a prudencial distancia, a ver cómo le metían mano.
Mientras, el toro permanecía quieto en la boca de riego, girando sobre sí mismo y apuntado a todo el que diera un paso al frente, emplazado, y como diciendo el animalito para sus adentros:
"a mí, toreros".