Luis Miguel, una vez en el hotel, llamó a su hermano Domingo, que estaba en Madrid, rogándole que llevara inmediatamente a Linares al doctor Manuel Tamames. Cosas de Domingo Dominguín, destacado miembro del Partido Comunista en la clandestinidad, que sin pensárselo dos veces se puso en contacto con el falangista José Antonio Girón, ministro de Trabajo desde 1941, al que pidió un coche de gasolina, más rápido, que le fue facilitado inmediatamente desde el Parque Móvil.
Al mismo tiempo, y por idea de K-Hito, se acordó que Gitanillo, gran conductor, saliera con el veloz Buick de Manolete en busca del doctor Jiménez Guinea, médico de cabecera de Manolete, que viajaba también desde Madrid a Linares en un lento automóvil que a su disposición había puesto el matador de toros Manolo Navarro.
Mientras, en la enfermería se tomaron sobre la marcha dos decisiones. Camará le atribuye la primera a Álvaro Dómecq, hombre orquesta de aquella tarde descompasada, que consistió la desafortunada ocurrencia en mandar pedir plasma a un hospital cercano por si cuando llegaran las eminencias madrileñas fuera necesaria su aplicación.
La segunda decisión que se toma consiste en trasladar al herido desde la enfermería al Hospital Marqueses de Linares, una vez administrada la primera transfusión de sangre a Manolete, vena a vena del brazo del policía municipal Juan Sánchez Calle, y aprovechando que se le aprecia rápidamente una leve mejoría.
El traslado resulta dantesco, un santo entierro en vida, pues en vez de ser realizado en cualquier tipo de vehículo que se tuviera a mano, se realiza en una improvisada parihuela llevada a pulso por cuatro hombres. Se decidió así, muy inteligentemente, ya que se temía que las calles medio a oscuras y repletas de baches, perjudicaran el estado del torero debido a los saltos de las ruedas sobre el bombardeado asfalto.
Un cortejo fúnebre que echó al pueblo curioso de Linares a la calle
-estamos hablando de Manolete-
pues el torero en el recorrido iba perdiendo la vida a la vista de todos y con una débil voz se le oía repetir al moribundo,
"Más despacio, más despacio".
Inmediatamente el herido es depositado en una camilla del equipado quirófano del hospital, pues el doctor Fernando Garrido Arboleda decide intervenir de nuevo, está vez con mayores medios y ayudado como segundo cirujano por Julio Corzo, que no lo hizo en la primera ocasión. Es en este momento cuando a Domecq, futuro supernumerario del Opus Dei (1), se le ocurre, en una muestra de optimismo por la otra punta, llevar a los pies de la camilla de operaciones a don Antonio de la Torre, sacerdote del centro, con el fin de que Manuel se confesara.
Toca el tema Tico Medina en una entrevista que le hace al latifundista jerezano, que dice al respecto:
-Cuando lo llevaron al hospital le dije al banderillero:"A Manolete le gustaría mucho ver al cura, así que vamos a llevárselo". El banderillero de Manolo me dijo: "No haga usted esa barbaridad, que se va a asustar". Yo le aplaqué diciendo: "Mira, en la vida en ese momento no se asusta nadie, lo tengo comprobado con muchos amigos a los que he visto morir, así que vamos". Y así llegamos a la mesa de operaciones con el cura. El torero me miraba mucho. Y le dije: "Aquí te traigo al cura por si quieres algo con él, Manolo. Pero tú no te preocupes, que ahora van a operarte, y te van a dejar fenomenal". Manolete me dijo: "Bueno, ¿y qué hago?". Digo: "Tú, nada. ¡Si el confesarse es lo más fácil del mundo! Vamos a rezar el 'Señor mío Jesucristo', el cura te da la absolución y se ha terminado. Manolo, ¿quieres o no quieres?". "¡Hombre, claro!", dijo Manolo, y así fue la cosa.
Manolete es sacado del quirófano, en donde se le han reforzado las ligaduras quedando normalizado el riego de su pierna, y es llevado a una habitación inmediata en la misma planta, notándole enseguida el equipo otra nueva y leve mejoría. Y alrededor de este instante es cuando aparece en la puerta del pasillo de la planta Lupe Sino, acompañada por el Chimo, desplomada, y del brazo de Concha, esposa de El Yoni. (2)
Julio Corzo es el encargado de volverle a transfundir sangre. Lo hace en diferentes tiempos por tres veces y observa que la tercera no es admitida por el cuerpo de Manuel, con lo cual se vio obligado a interrumpirla pues el paciente se quejó de un tremendo dolor de riñones repentino; y en este trance se estaba cuando llegó por fin el doctor Tamames acompañado por Domingo Dominguín.
El prestigioso médico madrileño reconoce al torero y aprueba sin ningún tipo de reparos las dos intervenciones efectuadas anteriormente por sus colegas jienenses, aconsejando al equipo local y a los presentes que se dejara descansar al herido hasta la llegada de Jiménez Guinea. Es durante este momento de reposo cuando Manolete para sorpresa de todos, buena señal, pide un cigarrillo.
Avanza la noche y cuando se rondaban las cuatro de la madrugada aparecío Luis Jiménez Guinea con El Pipo, dos ayudantes y Gitanillo de Triana que los había recogido en Valdepeñas, y sin pérdida de tiempo se improvisa en una sala próxima una reunión a la que asistieron Camará, el omnipresente Domecq, más los doctores Jiménez Guinea, Tamames y Garrido Arboleda, sin permitírsele el acceso a los ayudantes ni al doctor Corzo, cuya opinión era imprescindible a la hora de tomar medidas ya que había realizado las transfusiones anteriores, teniendo que interrumpir la última, como se ha dicho.
Se cuenta a propósito con un documento excepcional, la versión del propio Julio Corzo, que afirmó en este sentido sin pelos en la lengua, pasados más de treinta años del suceso cuando ya se podía largar, lo siguiente:
-Llegó Jiménez Guinea y ordenó a un compañero de su equipo que le hicieran una transfusión a Manolete. Me opuse rotundamente, advirtiéndole que podía rechazarla. Recuerdo que le dije a Garrido Arboleda: "Si le hacen la transfusión, se lo cargan". Y comunicamos a Jiménez Guinea nuestra oposición. Si no se le hubiera puesto seguiría vivo hoy. Jiménez Guinea y Garrido Arboleda estaban en la habitación contigua. Yo estaba junto a Manolete viendo la transfusión que el ayundante de Jiménez Guinea le realizaba con un cardi. Estando poniéndosela dijo Manolete: "No veo, me duelen los riñones, me muero" y murió.
Eran las 5.05 horas del 29 de agosto de 1947, y en Linares en ese preciso instante comenzó a llover intensamente.
(I) "Mis primeros encuentros con Álvaro Domecq", artículo de Benito Badrinas.
(II) Ante algunos comentarios hechos de refilón en determinados foros en el sentido de que este trabajo podía pertenecer al genero rosa, a la prensa del corazón, dígnisima y hecha por profesionales de primera línea, he decido eliminar en esta entrada todo lo que tenga que ver con Lupe Sino, que como ustedes comprenderán es el personaje clave de los hechos ocurrido en Linares. Lo siento por lo lectores a los que les privo de un pasaje fundamental, pero no me gusta que me toquen los 'costaos' ni mucho menos que vacilen con mi trabajo).
("Lección de anatomía", Rembrandt)