Para mí el día de San Ignacio, tan fijo nombre entre los varones de mi familia, ya, sin embargo, forever, irá unido al de Antonio Corbacho, cuya muerte vino a Madrid a llevárselo un día como hoy de hace a tres años.
Antonio, o Corbacho, "¿has visto a Corbacho?", rara avis entre variados pájaros pintos con más vuelo que ninguno de ellos, grande, bajito sin ser rechoncho, tosco por fuera, un duro como las piedras hasta que le quitabas la cáscara, de esos hombre que fueron más guapos de viejos que de mozos, lo cual dice mucho a su favor porque toreó la vida a su antojo, y, además, que conste, llegar a ser guapo en la vejez es un privilegio sólo y exclusivamente al alcance de los chicos feos.
Esta es una de la fotos que más me gusta de él.
En un gache, ya cano, lo que le afinó las facciones de ogro con pelo hasta en los nudillos, cruzando el ruedo al sol sahariano de la arena, deslumbrado y con buen color, se le ve sano aunque ya estaba enfermo, sobre un telón de fondo desenfocado, gafas de quita y pon al pecho de puro acero.
No se pierdan detrás al gafitas fotolín, peste de fotolines, objetivo por delante, machito, hablando con algún paisano de la barrera con el dedo en alto apuntando arriba como si se le hubiera preguntado dónde está Antonio, porque Antonio era uno de los hombres más solicitados del toreo y siempre le estuvo buscando alguien.
A todo esto y en tu memoria lo digo, Antonio Corbacho, va ahora José Tomás
y se vuelve a echar la Fiesta a las costillas. En contra de la opinión pública, una medida tomada la suya nada popular en tiempos de populismos, quirúrgica a la larga como ninguna y el tiempo lo demostrará,
y ha sacado José Tomás un escrito donde limita la presencia de la morralla periodística, haciéndoles firmar un papel como el que firma la perpetua, con dos narices de torero historico.
Se acabó el cachondeo, vamos a ver si se dota al Toreo de la intimidad que requiere acontecimiento tal ante semejante y peligroso desfase cameraman,
CQC.