Próximamente, más.
sábado, 25 de junio de 2011
jueves, 23 de junio de 2011
Píldoras tomatóxicas (I)
Julio de 1944, plaza de toros de Madrid, corrida de la Prensa, Agustín de Foxá se levanta desde una fila baja del tendido "9" durante la faena de Manolete al toro Ratón, que no se llamaba Ratón sino Centello, y levantando los brazos al cielo grita:
"¡Señor, no nos lo merecemos!".
Abril de 1947, a su vuelta de México donde había pasado el invierno con su novio y al comprobar la criminal campaña en contra de Manolete que tanto desde dentro como desde fuera del toreo y orquestada por profesionales y público se le tenía preparada, le dice Lupe Sino a un periodista:
"¡Señor, no nos lo merecemos!".
Abril de 1947, a su vuelta de México donde había pasado el invierno con su novio y al comprobar la criminal campaña en contra de Manolete que tanto desde dentro como desde fuera del toreo y orquestada por profesionales y público se le tenía preparada, le dice Lupe Sino a un periodista:
"No pararán hasta que le vean muerto".
Foto: condesa de Estraza
Foto: condesa de Estraza
miércoles, 22 de junio de 2011
lunes, 20 de junio de 2011
jueves, 9 de junio de 2011
jueves, 2 de junio de 2011
miércoles, 1 de junio de 2011
Acerca de la puerta grande
No conozco a un solo aficionado de Madrid, he dicho aficionado, que esté conforme con la puerta grande conseguida ayer en la monumental venteña por César Jiménez, tras dos faenas insulsas, más despegadillas de lo conveniente y mal resueltas con la espada.
Pero el premio fue legalmente concedido por el señor presidente, que a ojo de buen cubero había mayoría de pañuelos y vocerío suficiente como para concederlo, luego se cumplió al pie de la letra el reglamento vigente que para eso dicen que está.
Si clamamos al cielo porque se aplica el reglamento como Dios manda y eso es precisamente lo que tiene que hacer la autoridad en todos los casos, entonces habrá que cambiar el reglamento, vamos, digo yo, y por mí que lo cambien o que lo dejen como está.
¿Otra solución posible? Pues, hombre, si ahora resulta que se abrió la puerta grande para que saliera por ella este insípido muchacho por culpa de unos de Fuenlabrada que vinieron en manada a aupar a su paisano, entonces yo propongo que se comience a pedir a la entrada el carné de identidad al público, una hoja de servicio debidamente rellena con número de asistencia por temporada a esta plaza, un examen con las calificaciones correspondientes sobre sus conocimientos en Tauromaquia, lugar de procedencia de cada uno y certificado que aclare la relación de cada cual con los actuantes, y un informe médico actualizado a primeros de mayo del año en curso sobre la salud mental de todos los que acudimos a las corridas de toros celebradas en la capital.
Señores: el problema es otro, mucho más gordo y muchísimo más difícil de remediar que esta pataleta ridícula que no altera para nada el anecdotario de la catedral del toreo.
Pero el premio fue legalmente concedido por el señor presidente, que a ojo de buen cubero había mayoría de pañuelos y vocerío suficiente como para concederlo, luego se cumplió al pie de la letra el reglamento vigente que para eso dicen que está.
Si clamamos al cielo porque se aplica el reglamento como Dios manda y eso es precisamente lo que tiene que hacer la autoridad en todos los casos, entonces habrá que cambiar el reglamento, vamos, digo yo, y por mí que lo cambien o que lo dejen como está.
¿Otra solución posible? Pues, hombre, si ahora resulta que se abrió la puerta grande para que saliera por ella este insípido muchacho por culpa de unos de Fuenlabrada que vinieron en manada a aupar a su paisano, entonces yo propongo que se comience a pedir a la entrada el carné de identidad al público, una hoja de servicio debidamente rellena con número de asistencia por temporada a esta plaza, un examen con las calificaciones correspondientes sobre sus conocimientos en Tauromaquia, lugar de procedencia de cada uno y certificado que aclare la relación de cada cual con los actuantes, y un informe médico actualizado a primeros de mayo del año en curso sobre la salud mental de todos los que acudimos a las corridas de toros celebradas en la capital.
Señores: el problema es otro, mucho más gordo y muchísimo más difícil de remediar que esta pataleta ridícula que no altera para nada el anecdotario de la catedral del toreo.
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