A Juan del Álamo, el Villar de Los, siempre barriendo para casa, señores, le trato yo de tuportú, como a un sobrino, y, aunque hace mucho que no le veo, le conozco desde niño y viví de cerca y arrimando el hombro su etapa de los inicios cuando se anunciaba El Jonathan por los capeos de la Raya.
Hijo de mi compadre Cesáreo Sánchez, alias el Flecos, un tío, pero un tío que mete miedo el tío, tiene además el Flecos la habilidad de ser un correcto padre de torero a estilo de como fueron siempre los padres de los toreros importantes, y, para no meter tanta tanta paja y para que se me entienda, resumiendo, dato importante: Juan del Álamo se ha hecho como torero afortunadamente al socarrá.
De abajo, pero muy abajo, a arriba, en una carrera importántisima, que no ceja, nacida seguramente en ese afán casi suicida que tienen todos los seres de raza a la hora de cobrar facturas sentimentales atrasadas, de cuando los tiempos pintaban bastos, ahora lo más seguro que hasta rifado Juan en el campo charro entre las ganaderinas y sus papás.
Juan del Álamo tuvo hambre, hambre de toros, como pasa desde antiguo y por regla general en los toreros de una pieza, caso Rincón, y ayer lo demostró de nuevo en los mismos medios de la Monumental de Madrid frente a un engendro de los Lozano.
Valentísimo, con valor de verdad, extraordinario en su estilo, para todo aquel que quiera ir pillando onda de qué va la vaina, sea del sector que sea, que aquí no dividimos, chavorró, que la plaza de Las Ventas a día de hoy está para pocas bromas, que como su afición no reaccione sabia -fuera empollones- nos van a seguir metiendo gato por liebre por todo el morro hasta la hora del cierre.
Enhorabuena, familia Sánchez Peix
1 comentario:
Penoso que la empresa, después de cortar cinco orejas en últimas actuaciones, le maltrate de esta forma. Los antitaurinos los tenemos dentro y mandando.
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