Tras la revelación de Pablo Aguado, que ha restaurado el toreo de arte cuando menos se esperaba y cuando algunos pensábamos que ya no íbamos a volverlo a ver, puro, purísimo, el toreo de siempre, el que añorábamos, made in Sevilla en este caso, ¡viva Pepín!, ¿qué dirán ahora los estulticios pipiolos y pipiolas venteños, tarras algunos que peinan canas ya, que venían negando la posibilidad de que ante un toro, capote o muleta en mano, fuera posible crear la más bella obra que jamás pueda soñarse?
Adiós talibanes y talibanas, iros a tomar por donde amargan los pepinos, plastas.
¿Se habrán convertido al culto eterno los castañitas cuadriadictos que se mofaban del age, y de sus defensores, auténticos indocumentados que llegaron a la plaza de Madrid con el siglo pretendiendo cambiar las cosas desde la ignorancia, creando modas insoportables, mirando al abonado de toda la vida por encima del hombro, viva el zambombo, y lanzando al estrellato a auténticos paquetes vestidos de oro que coparon la época más fea de la historia de la plaza monumental de Madrid?
¿Se habrán convertido al culto eterno los castañitas cuadriadictos que se mofaban del age, y de sus defensores, auténticos indocumentados que llegaron a la plaza de Madrid con el siglo pretendiendo cambiar las cosas desde la ignorancia, creando modas insoportables, mirando al abonado de toda la vida por encima del hombro, viva el zambombo, y lanzando al estrellato a auténticos paquetes vestidos de oro que coparon la época más fea de la historia de la plaza monumental de Madrid?
Ah, Pablo Aguado no es un torero pinturero, grotescos aficionadillos, es todo lo contrario, un torero pinturero es Finito de Córdoba y Sabadell, por ejemplo,
así que vamos a ir cuidando el lenguaje y apreciando las formas verdaderas de las falsas.
Foto: El Mundo
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