Sin ver la corrida por televisión, ni haber visto una foto ni un vídeo, ni nada que tenga relación con la mierda fílmica que nos invade, me alegro mucho de que Alejandro Talavante haya gustado ayer en la plaza de toros de Valencia.
El Tala me trae recuerdos de Antonio Corbacho, al que tanto quise y cuyo vacío me duele a diario, que en previsión del fin de la tauromaquia que íbamos a llegar a conocer, tenía -junto con mi humilde aporte- la corrida clandestina como única solución para que fuera regenerada si en años venideros así se considerara necesario.
Toreo puro del puro para toreros macho, ganaderos preshistóricos, y afición dura, al límite de lo delictivo, pues además de burlar al toro se tenía que burlar a la Guardia Civil y a otras fuerzas del Estado, en nuestra persecución.
Antonio Corbacho, que era uno de los hombres más creativos que he conocido, un gran artista sin obra, lo tenía todo diseñado y creo que medio pasado a limpio, o eso me dijo: ubicaciones, horarios, publicidad, toros, toreros, cuadrillas, presidente y asesores... y hasta público convocado en severa selección gracias a la publicidad, también clandestina, como es natural.
El organigrama era perfecto y a mí me dio importante papel: iba servidora en el elenco de traidora de altos vuelos, camuflada en la señora del botijo.
- Condesa: trae el botijo.
- Ahí voy con la brocha, Antonio.
Antonio Corbacho, que jamás me llamó por mi nombre, ni en público ni en privado, sino por mi apellido sin que por ello hiriera mi feminidad, a partir del año 2005 me empezó a llamar Condesa de la Peina-Tiesa, mucho antes de que yo eligiera mi célebre seudónimo para circular por la red.
- Antonio, ¿y cómo crees tú que va a acabar esto de la corrida clandestina y qué será de nosotros?
- ¿Esto, Condesa de la Peina-Tiesa? Como lo de la Guyana Francesa, todos patas arriba, nos tomamos una pócima como aquellos, y se acabó lo que se daba.
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