Julio Robles tenía un carácter seco como un palo, que se lo cantaba su cara de gancho a lo Manolete, y un cuerpo vertical quisiera o no quisiera como también le pasaba al Monstruo, hombres rectos, de perfil de vela, pero siempre tuvo fama Julio de ser dueño de un sentido de humor amplísimo que ponía en práctica a su antojo con una habilidad que acojonaba.
Torero de otoño, se le llamó, porque al charro le costaba calentarse, no era hasta que llegaban los calores cuando entraba en acción, conociéndosele unos inicios de temporada deprimentes para aquellos que fuimos sus partidarios, y unos cierres salmantinos por san Mateo -¡y aquel Logroño!- que acaban con el cuadro.
La anécdota, que cuento en su recuerdo, me viene de Alfonso Navalón, que la protagonizó, sucedió una vez que regresaban los dos a Salamanca en el mismo coche y debió ocurrir en los primeros años de carrera del torero, pues más tarde hubo cera para aburrir y no llegarían a la manos de milagro, siendo tan bravos ejemplares los dos como lo fueron.
Total, iban charlando ambos, seguramente de regreso de alguna de aquellas tardes en las que Julio salía arrugado y con evidentes gestos se comprobaba que le molestaba hasta el vestido de torear, y la prenda Navalón va y le suelta lo siguiente:
- Lo que te pasa a ti, Julio, es que eres abúlico.
- No jodas,voy a ser yo abúlico.
- Abúlico, sino fueras abúlico tú serías el amo de esto.
- Vete a tomar por culo macho voy a ser yo abúlico, yo lo que soy es abulense.
Se recuerda que entre Salamanca y Ávila siempre
hubo acaloradas disputas por apropiarse del origen verdadero del matador de toros de Fontiveros.
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