viernes, 8 de agosto de 2008

La señorita Eraso

Poco recuerdo lo que ocurrió en la plaza de Santander la tarde del 6 de agosto de 1947 a pesar de que Manolete le cortó las dos orejas y el rabo al quinto toro, de Ignacio Sánchez, de Sepúlveda, de Salamanca. Hizo el paseíllo acompañado por Gitanillo de Triana, su gran amigo y confidente, y Pepín Martín Vázquez, que le acompañaría el sevillano de nuevo tal día como hoy al estar anunciados ambos en Valdepeñas. Como anécdota debo contarles que las corridas de aquel año de la feria de la capital de la Montaña, por Santiago, se retrasaron a primeros de agosto pues Manuel era imprescindible en los carteles y, al estar convaleciente en la Milagrosa debido a la cornada que le pegó el ya célebre Babilonio, la empresa decidió esperar a que el torero reapareciera, como hizo dos días antes de la actuación cántabra en la plaza de Vitoria.
Pero así como taurinamente la jornada no nos da para mucho a pesar, ya digo, de haber cortado los máximos trofeos en el quito toro, en lo personal sí resulta muy provechosa. Manuel se hospedó en el hotel Real frente a la playa de la Magdalena de la capital cántabra, y al mediodía cuando se estaba afeitando recibió en su habitación la visita de El Caballero Audaz, seudónimo del periodista cordobés José María Carretero, aquel que le hiciera la extraordinaria entrevista unos días antes en la que anuncia su retirada.
En la vida de Manuel, hasta el encuentro con Lupe Sino, la experiencia en el amor no se puede considerar amplia. Sí, mucha mujer casual, seguramente prostitutas que le echaría algún alma generosa para su alivio, aunque también es verdad que había estado muy enamorado en sus años mozos de una misteriosa joven perteneciente a una millonaria familia asentada en Córdoba, aunque de origen en Bilbao, y que ha pasado a la biografía del califa como la señorita Eraso.
En su condición de extraordinario periodista El Caballero Audaz vuelve a entrevistar a Manolete, entrevista que posteriormente publicó en 'El libro de los toreros', del que es autor.
Tan discreto siempre con todo lo que tuviera que ver con su vida afectiva, Manuel se despacha en esta ocasión y ahora se reproduce textual una parte de la jugosa entrevista:
- Oye, Manuel: ese mechón de pelo blanco, ¿desde cuándo lo tienes? -y con su característica timidez me respondió:
- Desde hace mucho.
- Pero... ¿desde cuándo? -Trabajosamente, y en un momento de sinceridad sentimental, me dijo:
- Tiene su historia. Este es el sello de esta timidez que tengo y que la gente interpreta como orgullo. -Con la voz opaca y entristecida, como un sonámbulo, continuó:
- Te voy a contar algo de mi vida que no lo conoce nadie. ¡Nadie! Es decir tres personas: la protagonista, Camará y yo. Aunque tú no te lo creas, yo estuve locamente enamorado de una mujer.
- Ya lo sé -le interrumpí- de Antoñita, de la Lupe Sino.
- No, ella es otra cosa. Se trata de un amor espiritual que me trajo de cabeza. Mi pasión fue una paisana nuestra, de una gran familia cordobesa. ¡Una mujer divina! Ella parecía corresponderme. A la familia, según me dijeron, no le disgustaba nuestra boda. Pasaba el tiempo y mi amor se limitaba a contemplarla en silencio. ¡Esta odiosa timidez mía no me dejó jamás declararme a ella! Delante de aquella mujer me parecía estar ante una Virgen y no me atrevía a 'na'. Y pasaba un año, y otro, hasta que, a la vuelta de un viaje, me la encontré casada. Cuando lo supe, pasé ocho días llorando. Así, ¡llorando!, como un niño, y se me puso completamente blanco este mechón, que era del que me tiraban los chicos del colegio.

"Con la voz opaca y entristecida, como un sonámbulo", descrito así por José María Carretero a veintidós días de caer en Linares, fatalista como todo romántico, ¿presentiría Manolete su fin ya próximo?

6 comentarios:

Anónimo dijo...

De nueva cuenta aquí,
señora Condesa de Estraza,
qué bueno y sorprendente que nos hable de Manolete, ídolo aquí en México.

Tiene que venir a visitarnos,
donde se la recibirá con los brazos abiertos,
y a mostrar su libro que desconocía y que me pondré a buscar en librerías hasta conseguir.

Beso su mano, madame.

ROSO

Ana Pedrero dijo...

Bonita historia la de ese mechón blanco en el pelo oscuro de Manolete.
Echar canas por amor... ¿Quién no ha tenido algún secreto señor o señorita Eraso en su vida?

Un beso, condesita.

Anónimo dijo...

Sra. Condesa, todo arreglado, hoy sin falta, entraré en la pagina de Berrendita, muchas gracias. Como soy un desastre informatico, no sabia que era tan facil.
Totalmente de acuerdo en que algunos de los tios que pisamos el blog taurinamente hablando no estamos a la altura.
A sus pies
Salud
El Coronel
PD. Berrrendita estoy de acuero en que todos hemos tenido un/una amor Eraso, fijate que tengo yo el poco pelo totalmente blanco, desde hace ya muchos años.
Un saludo

Anónimo dijo...

Sra. Condesa como sabe yo estoy mas cerca de su Sr. Padre que de Vd. en la opinion como torero de Manolete y esta probablemente no cambiara, pero en cuanto al hombre esta serie de post me estan abriendo la mente a traves de hechos que desconocia, imagino lo que sera su libro para descubrir la verdadera personalidad de Manolete manipulada, por lo empiezo a ver a traves de sus relatos, a destajo.

Anónimo dijo...

ROSO, bienvenido de nuevo y me alegro mucho que te incorpores a nuestro viaje tras Manolete.
Creo que te dije en otra ocasión que yo para ponerme en marcha rumbo a México cuento con dos graves problemas:
1 - terror a volar
2 - correría el riesgo de quedarme en tu tierra para toda la vida y no sé yo si eso sería lo conveniente.
Gracias, mi cuate, vuelve a visitarnos.

Berrendita: pues mi primer mechón de canas no se lo debo a un amor, sino al semental del cura de Valverde. Te cuento, cuando trabajaba de fotógrafa en "Aplausos", me retraté la totalidad de las fincas bravas españolas, todas, excepto las andaluzas.
Pues bien, cuando llegamos a lo del cura había una niebla espesa que no se veía de aquí a la pared de enfrente y no tuvimos más remedio que esperar a que levantara. Pero la sobrina del cura, Carmina, se empeñó en que la acompañara a ver las vacas a bordo de un destartalado 127 de Seat. Nada, por allí no se veían vacas ni becerros ni bicho viviente alguno.
Hasta que Carmina me dijo, "ahí está, ahí esta..."
¡Omaíta!, miré y como a treinta metro había un armario condeso, de
arborladura considerable, mirándonos bajo control. Yo no he pasado más miedo en mi vida, a la mañana siguiente al mirarme en el espejo del cuarto de baño del hotel, vi que tenía una mecha de pelo blanco en la frente.
Poco romántico, pero cierto.

Coronel: insisto, la categoría de las mujeres blogueras a mi manera de ver comparada con la de los hombres, en general, es muy superior.

Pues apúntese al club, Kalikatres, usted no sabe la energía que yo he perdido defendiendo a Manuel frente a mi padre y Navalón, dos reconocidos detractores de Manolete, aunque mi viejo ahora un pelín domado en ese sentido, pues además de haber vivido mi libro en primera fila, ha descubierto al hombre y confiesa sentir tremendo respeto hacia la persona.

La condesa de Estraza

Anónimo dijo...

ROSO, bienvenido de nuevo y me alegro mucho que te incorpores a nuestro viaje tras Manolete.
Creo que te dije en otra ocasión que yo para ponerme en marcha rumbo a México cuento con dos graves problemas:
1 - terror a volar
2 - correría el riesgo de quedarme en tu tierra para toda la vida y no sé yo si eso sería lo conveniente.
Gracias, mi cuate, vuelve a visitarnos.

Berrendita: pues mi primer mechón de canas no se lo debo a un amor, sino al semental del cura de Valverde. Te cuento, cuando trabajaba de fotógrafa en "Aplausos", me retraté la totalidad de las fincas bravas españolas, todas, excepto las andaluzas.
Pues bien, cuando llegamos a lo del cura había una niebla espesa que no se veía de aquí a la pared de enfrente y no tuvimos más remedio que esperar a que levantara. Pero la sobrina del cura, Carmina, se empeñó en que la acompañara a ver las vacas a bordo de un destartalado 127 de Seat. Nada, por allí no se veían vacas ni becerros ni bicho viviente alguno.
Hasta que Carmina me dijo, "ahí está, ahí esta..."
¡Omaíta!, miré y como a treinta metro había un armario condeso, de
arborladura considerable, mirándonos bajo control. Yo no he pasado más miedo en mi vida, a la mañana siguiente al mirarme en el espejo del cuarto de baño del hotel, vi que tenía una mecha de pelo blanco en la frente.
Poco romántico, pero cierto.

Coronel: insisto, la categoría de las mujeres blogueras a mi manera de ver comparada con la de los hombres, en general, es muy superior.

Pues apúntese al club, Kalikatres, usted no sabe la energía que yo he perdido defendiendo a Manuel frente a mi padre y Navalón, dos reconocidos detractores de Manolete, aunque mi viejo ahora un pelín domado en ese sentido, pues además de haber vivido mi libro en primera fila, ha descubierto al hombre y confiesa sentir tremendo respeto hacia la persona.

La condesa de Estraza