De Antonio Novillo tengo yo como para escribir un libro. Vecinos durante muchos años en nuestros respectivos casoplones de Chamberí, él de oficio mozo de espadas por aquello juveniles tiempos y yo una fotógrafa pasajera, hoy él se ha convertido en un fotógrafo importante con una técnica que le envidiaré mientras viva, mientras yo vivo adecuadamente de mis celebérrimas rentas.
De vista a Novillo le conocía yo de toda la vida, pero fue en Aranjuez donde me quedé con la copla de tan variopinto personaje, y hasta hoy, aquella tarde de la alternativa de mi amigo Paco Machado -Novillo le vistió para la ocasión- que es primo suyo vía Antonio Mahíllo, novillero de Madrid.
Ha llovido, ya digo, como para escribir un libro tengo y aunque nos vemos últimamente muy poco, es de esos amigos que si me lo encuentro mañana mismo al revolver de una esquina por territorios comanches de Lavapiés, me dará la sensación de que no lo veo desde la noche anterior cuando nos recogíamos de madrugada camino de la Glorieta de Bilbao.
No obstante, de sus andanza sé y no deja de extrañarme el que a su edad siga incombustible por esas calles, da igual la hora, el tiempo que haga o el rumbo a tomar, se la suda, porque allí donde cae se suele hacer con los mandos rápidamente y es imposible no volverse a acordar de su visita.
Sano como una manzana por dentro y por fuera, chana a su forma más de lo que la gente cree, Novillo es un personaje absolutamente imprescindible en cualquier sarao madrileño y de los que tanto abundaron en la plaza de Madrid, abonado perenne del tendido 7, de cuando el 7 no era una jaula de grillos de jovencitos indocumentados, que aquello era el sanedrín. Hombre resistente como pocos, una piedra con gafas, discreto hasta pasar por tonto sin importarle un bledo la opinión ajena porque va únicamente a su puta bola, limpio en extremo, un pincel, con buen armario que envidian otros, y rumores siempre dijeron que posee un fincón por la Vera extremeña produciendo a todo trapo, sin que el dato se haya podido confirmar hasta la fecha.
Tiene en José Antonio Blázquez, por Macotera conocido en los círculos venteños de siempre, a su gran parodiador. Así que cuando coincidimos Macotera y yo por aquellos graderíos fosilizados
-FUERA DESAFÍOS GANADEROS- el macoterano me chincha y descargamos sin piedad contra Mambo, su perro, única relación sentimental que se le conoce y lo que más le duele si nos pasado en el agravio.
Y ha ligado Novillo como el primero, menuda labia, teniendo su centro de operaciones en el Café Manuela, de la calle San Vicente Ferrer, chef Jesús Guerrero.
Foto realizada por servidora de ustedes, años ochenta, que ayer recuperé husmeando en la página de su propiedad y que me viene al pelo para ilustrar este escrito.
Buen cartel en ella: Gregorio Tébar, el Inclusero, el Inconcluso llamado en Méjico por los guasones mejicanos siempre de uñas contra el gachupín, el propio Antonio Novillo y Jorge Laverón.