jueves, 10 de abril de 2008

Una anécdota

La anécdota de hoy la recoge Carmen Esteban en un pasaje de su libro "Lupe, el Sino de Manolete", al tratar la histórica manía que le profesaba el Monstruo de Córdoba a su odiado pariente Rafael Guerra, El Guerra, o Guerrita, y dice así:

"Con las mujeres tampoco El Guerra debió ser un semental llevadero. Se cuenta que una condesa se encaprichó del recio maestro un verano de furor -todo un clásico, como se sabe, el que las aristócratas se sientan especialmente atraídas por los coletas de fama- pero no encontraba la buena señora la forma de llevárselo al huerto. Así que la dama, lista y con poderío, convocó unas tertulias entre amigos al atardecer, tras la siesta, en el fresquito patio andaluz de su palacete e invitó a ellas a los más granado de la sociedad cordobesa.

Cuca, además, la condesa se rodeó de una corte de fieles en el papel de cómplices para conquistar el corazón del torero, asegurándole la corte y dando su palabra de honor, cobistas, de que contara con la presencia de El Guerra, que se lo traerían en bandeja, que eso estaba hecho, que El Guerra caería rendido rápido a sus nobles pies. Sí, sí, todo lo compiches que se quiera, pero allí se presentaba todas las tardes Rafael haciendo sonar los doblones de oro que le cruzaban el pecho de su chaleco y, pasao de lances galantes, se sentaba en una butaca del corro siempre enfrente de la anfitriona, encendía su cigarro puro y no decía ni mu se hablara de lo que se hablara.

La frustración de aquella impaciente mujer, loca por rematar la faena, iba en aumento, y El Guerra sin dar señales óptimas de que el revolcón pudiera producirse. Callado, siempre callado, mirando en silencio el habano que le humeaba entre los dedos, sin inmutarse, se mostraba como ausente mientras el cálido verano avanzaba sin remedio. ¿Solución? La más simple de todas las barajadas: dejar a los dos solos como a dos toros de muerte, y que se buscaran la vida. Así que los aduladores de la condesa decidieron tenderle una trampa a Guerrita para que cayera en brazos de la señora de una vez.

Dicho y hecho. Una de aquellas tardes con todo bajo control y la velada en marcha, uno de los presentes salió por una puerta, tras excusarse, porque tenía que hacer un recado urgente y se acaba de acordar. Otro, por otra, pues coincidía a esa misma hora una cita concertada de antemano con una amigo en la estación de tren, y alguna comadre contribuyó haciéndose la mareada y tomar las de Villadiego a todo meter.

Solos los dos cara a cara, la condesa le preguntó al torero:
- ¿Usted no dice nada, Rafael?
- Zi, eznúate".

"Lupe, el Sino de Manolete", Espasa 2007, autora Carmen Esteban.

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