jueves, 24 de abril de 2008

El nieto del Tigre

El 14 de mayo de 1994 tuve una revelación en Las Ventas, a mi manera, que me influyó seriamente como aficionada. Esa tarde, con un toro de Peñajara de nombre Pastelero, que si acaso no la han descolgado está su cabeza disecada en uno de los bares de la plaza Mayor de Madrid, confirmó la alternativa Alejandro Silveti. Matador de toros mexicano nieto del Tigre de Guanajuato, hijo del Tigrillo y de Dorin Barry, una dama irlandesa de esmerados modales, y hermano del Rey David.

De momento el confirmante le pegó un bote a uno de los pavos de lo que antiguamente tuvo Manolo Peñaflor, que a mí me dejó tocada. Con lo del bote me refiero al pasé cambiado por la espalda, o silvetazo, que a partir de Alejandro tanto se prodiga por los ruedos peninsulares, cuando ya los toreros académicos y plomos comenzaban a apoderse de las ferias. Tremendista lance muy chévere para iniciar una faena, que trajo a España el mítico José Ramón Tirado, el "Tiburón de Sinaloa", pero que los aficionados de mi edad solo conocíamos por fotos ya que a partir de Manolo Martínez, a la sazón "Manolo Telones", la genuina escuela mexicana de torear se españolizó de tal y definitiva manera, que se nos quedaba ya sepultado en el recuerdo el vistoso estilo de ultramar.

Pero no fue el milimétrico bote que Alejandro Silveti le pegó al toro lo que me impactó. Aquel situado en la boca de riego, este en las tablas por el "8", sincronizado el físico con los cables pelados de los nervios, quieto, sin mover el hombre un músculo, con unos conocimientos de terrenos apelotantes, aunque mi revelación my way no había llegado todavía:
joder,
este tío es una baguette,
se me cruzó un pensamiento por el estómago.

Sino que la revelación propiamente dicha se produjo cuando Alejandro se puso a torear con la muleta. Muy aseadamente, por cierto, pero, sorpresa, con exacto toque de cintura (lo que los aficionados de allá llaman acochambadito no más) que tantas imágenes trajo de repente a mi cabeza de Silverio Pérez, en acción con el toro Tanguito, y otros faraones de la época.

Por entonces yo curraba en una fenecida revista taurina que se llamaba "Tendido Alto", chef Bernardo Prado, al que le comí el tarro para que me permitiera hacerle la entrevista semanal que firmaba una con un personaje relevante del toro mano a mano.
- Pero tú crees que este Silveti tiene algo que contar, pero sí aquí no lo conoce nadie.
- Mira, Bernardo, yo le hago la entrevista y se acabó.

Concerté con el torero una cita para pocos días después en el hotel Victoria, después de comer, a la hora justa del café. Siempre que he hecho entrevistas y he hecho cientos pues se trata de mi género favorito, he procurado empaparme acerca de la procedencia de la personalidad con la que voy a conversar.

Este hombre es una mina que me ha llovido del cielo a mí, qué bicoca, iba trillando en el Metro, pues entonces andaba escribiendo algunos ensayitos sobre Silverio, que conservo inéditos por ahora. O sea, que voy camino de conocer a un nieto de don Juan Silveti, o sea que me espera el nieto del Tigre de Guanajuato, aquel coloso que a su muerte contaba en el cuerpo con una nómina aproximada de treinta cornadas gravísimas, cuatro tiros a dar, diez puñaladas y una cantidad de cates tan importantes, que no se han podido calcular. O sea, ¿que estoy citada con un torero mexicano nieto de aquel torero mexicano que inspiró el "Juan Charrasqueado"...
ahí va, qué fuerte, esto sólo me puede ocurrir a mí.

El encuentro fue cordialísimo, prolongado, pues yo había prometido a Chiqui Buades telefonearle para que cenáramos con Jorge Laverón y el rockabilly Paco Águila, y conseguí convencerle para encontrarnos a tiro de piedra, concretamente en "La Venencia", en la calle Echegaray. Alejandro Silveti es un fraile de cuando los frailes eran frailes, vegetariano absoluto, un predicador de la verdad que predica con el ejemplo, un hombre puro y cristalino, le miro y parece que estoy viendo a un santo. Un poco machista para mi gusto, pero es que creo que allá en el rancho grande en este sentido, tiran bombas.

Alejandro comenzó a aprender a andar, debido a sus constantes inmovilizaciones como consecuencia de una enfermedad osea que sufrió en la infancia, a los doce años de edad. Así que la postración le llevó a ser un niño de estudios, consiguiendo licenciarse en Arquitectura por la universidad del DF con excelentes notas, cuando aún era muy joven. Arquitecto en ejercicio, llegó a construir muchísimos proyectos, incluso uno de los espacios culturales más representativos de Morelia lleva su firma. Casado muy requeteburguesamente y con dos hijos, una tarde viendo torear a Valiente Arellano decidió dejarlo todo y probar fortuna frente al toro.

Ay, Valente Arellano, nuestro James Dean, no dejen de pasar la oportunidad para dedicarle unos minutos a su biografía acudiendo a cualquier fuente.

Total, que nos despedimos, salí del Victoria y crucé la plaza de Santa Ana con un solo trole-trole zumbándome como un moscón: ¡bua!, a este galgo en cuanto salga del hotel y pise la acera, le randan los lobos taurinos de los alrededores los pocos pesos, o muchos, que pueda traer. Seguro que el galgo tiene que volver al andamio, pelado, como dios pintó a Perico.
Buena chica que soy, cuando llegué a "La Venencia" para reunirme con mis amigos se me ocurrió proponerles que le ayudáramos, y cuando Alejandro se fue de aquí era un miembro más de nuestro grupo de fijos, sin haberse interrumpido jamás las relaciones desde entonces.

Alejandro ha estado en España durante la feria de Sevilla y ha pasado por Madrid a su regreso. Tras verse obligado a intentar olvidar el doloroso trance de la muerte de un hijo veinteañero en accidente de tráfico, más el suicidio de su querido hermano David al no poder superar el rey una depresión muy dolorosa para toda su gente, que le acechó.

Pero la vida sigue y con Alejandro, que ha venido acompañado por su esposa y por su papá, ha viajado una buena noticia. Diego Silveti, hijo de David Silveti, nieto de Juanito Silveti y bisnieto de Juan Silveti, vendrá a formarse en España como torero porque quiere llegar a ser una figura grande. Por lo cual, estaríamos ante la más antigua dinastía conocida, junto con la de los Litri, pues serían cuatro generaciones seguidas, sin interrupción, las que los Silveti han tenido colocado su nombre en las fachadas de las plazas de medio mundo.

Es decir, esta familia tiene presencia activa en el toreo desde principios del siglo XX hasta nuestros días, luego la Historia, impepinablemente, pasa por ellos. Es debido a esta valiosa circunstancia por lo que he escogido a mi cuate para que sea el personaje recurrente a la hora de compartir con ustedes mi macarrónicos conocimientos sobre la escuela más romántica de torear que conocieron los tiempos.
Vamos a ver como se me da la cosa.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Condesa,
me ha dejado
sin palabras
salgo ahora del trabajo
y me voy mudo
a mi casa.
Musho.

CURRITO

Anónimo dijo...

De eso nada, CURRITO, todo lo contrario pues quiero que sepan los lectores que el artículo se me ha ido vivito. Yo lo quería decir era que Alejandro Silveti es el último torero de genuina escuela mexicana que se ha presentado en Madrid, y no lo digo.

El último salvo Joselito Huerta, pero el maestro de Tetela de Ocampo aunque toreó posteriormente en Las Ventas, es mucho más antigüo de alternativa
que Alejandro.
Gracias por la visita, guapo.

La condesa de Estraza