De culo

Los hechos ya los conocen, media docena de jóvenes antitaurinos saltaron al ruedo de la plaza de Madrid durante el festejo del domingo pasado y reivindicaron la abolición de la Fiesta. Con las cámaras de televisión en directo retransmitiendo para España entera, en lo que va a ser a mi entender el punto de partida de la ¿definitiva? campaña -muy bien organizada, por cierto- para que sea planteado, en serio, un debate nacional con la intención de prohibir las corridas de toros.

Lo mismo los egocéntricos taurinos aún siguen opinando eso de, "na, cuatro progres, el toreo no se acabará nunca mientras haya un toro y un torero". Y una mierda para ellos, con perdón, que ando desbocada y taquera, pues es aquí precisamente en donde reside el argumento por el que vamos a perder la batalla: en que no hay toros y en que no hay toreros.
La Fiesta sólo se puede mantener por su épica, obviamente, pues consiste en un combate entre un hombre y una fiera, que embiste exclusivamente obedeciendo a un primitivo instinto de ataque. Un combate entre la fuerza y la inteligencia, a muerte, con la consiguiente emoción que produce en determinados testigos el presenciar un acto sublime, y que ha sido una auténtica escuela existencial para muchos de nosotros.

Porque se juntan dos asuntos muy graves y de complicada solución, la voluntad de una parte importante de los ciudadanos al solicitar su fin, más la precaria situación organizativa con la que cuenta actualmente el espectáculo.
La debilitada salud de un espectáculo que hace muchos años perdió el tren del futuro, un espectáculo que no cala en la sociedad española y la culpa no es de la sociedad española, sino del espectáculo. El cual, al estar pésimamente contado, no provoca siquiera curiosidad entre el gentío. Ya saben que yo no taurineo y no lo hago por virtud o por escrúpulos, de los que carezco, sino que no alterno con taurinos porque es gente que aburre a las ovejas. Una endogamia de garbanceros personajes que no saben hablar más que de toros, culturalmente cortita, facha y clasista, anacrónica, que los oigo hablar y me parece que estoy oyendo a mi tatarabuelo.

Culpable principal: la prensa. O bien un periodismo amordazado por el trinque y otros untes o bien amordazado por el miedo, que ha seguido una política informativa nefasta basada en ocultar todo desmán, apoyándose en un cretino argumento basado en que el descubrirle a la audiencia las innumerables tropelía que son conocidas por todo el gremio, sería tremendamente perjudicial para la Fiesta.
¿Qué ha pasado? Pues que aquí han campado a sus anchas dos docenas de señores ávidos de dinero, con la complicidad de los más poderosos periodista, y cuando nos hemos querido dar cuenta nuestros esquemas de trabajo están sostenidos con alfileres y el edificio puede volar por los aires como un caseto birmano.

La Fiesta no tiene respuesta para la amenaza histórica que ya está en marcha, palmará, va de culo. La tendría si el toro, chico o grande, pero toro, sin haber sido manipulado por el hombre ni externa ni internamente, saliera a las plazas y por añadidura se moviera. Tendría respuesta la Fiesta si a ese toro estuvieran dispuestos a retarlo los muchachos en flor, sin demagogias baratas, sin posturitas ni roneos, de verdad, y si a la población le llegaran más noticias diciendo que el animal también puede vencer, no con el mensaje mamarracho de lo indultos cutrísimo, sino mandando para casa con la cara partida a más de un bailarín. Y que no se asuste nadie porque yo no quiero ruinas, pero eso ha sido así toda la vida y ahí reside la única y muy noble defensa con la que contamos a la hora de salvar un patrimonio que tiene los días contados.

O sea, resumiendo, el toreo por dentro hechos unos zorros, pues la idónea ocasión, que pintan calva, para que todos aquellos que desean su final aprovechen la coyuntura y hasta pudiera darse el caso de que llegaran a conseguirlo y sólo fuera cuestión de esperar a presenciarlo.
¿Forma de atajar la situación?
No lo sé, desde mi prisma no encuentro contestación para el interrogante. Sólo puedo transmitirles mi pesimismo, mi honda preocupación, mi convencimiento de que ya está aquí el problema inmenso que veníamos augurando desde esta página desde hace años.
Tiempo actual en el que la mayoría de un pueblo cree que los profesionales del toreo, y no le faltan razones, somos un resto humano sin sentido dentro del pensamiento global del siglo XXI.

(Artículo aparecido hoy en La Gaceta de Salamanca, firmado por Carmen Esteban)