Dedicado a Andrés de Cáceres, presentación

Si yo tuviera que definir a Andrés de Cáceres como aficionado para que ustedes tuvieran una idea cabal, bastaría que les dijera que como tal es lo opuesto a la estúpida ALMA
-con mayúsculas, ojito, y esa primera persona grandilocuente por bandera-
destacada miembro y absurda cronista la nena ésta sabelotodo de la abatida Asociación el Toro de Madrid.
Así, Andrés, que debe estar en la misma franja de edad que la obtusa chiquita del seven, la de los veinteañeros, y cuya afición a los toros le viene desde la cuna por tradición familiar, es un chico joven y supermoderno, de espléndida preparación académica, y un exótico marxista hasta la médula de los huesos, bicho raro entre su pandilla de demócratas amigos en un tiempo idiotizado en el que la gente joven carece de ideología y de ideales.
...Y morantista, Andrés es morantistas, y se le hace la boca agua cada vez que piensa en el torero de la Puebla del Río y rebobina, bragao, pata alante, la suerte cargada, aromas de Paula y de Romero, pasarle el toro con el capote por la barriga prodigioso de brazos y de cintura, al enroscarlo.
¿Qué les parece?
Asumiendo Andrés en público sus gustos con arrogancia y valor, es de esas personas que llevan siempre su opinión por extraña que resulte a término, lo que bien pudiera acarrearle el acabar en la hoguera por apóstata, en cuanto les dé por ahí a los inquisidores savonarolas de su vecina provincia de Badajoz.
Jamás pontifica, Andrés sabe que con sus pocos años y sus lógicas limitaciones debido a las pocas corridas vistas, conviene escuchar a otros, así que se arrima el tío con un olfato de sabueso allá donde él entiende que puede nutrirse y sin ser pasivo ni atolondrado como conversador, resulta un compañero de charla de verdadera categoría.
Andrés y servidora tenemos algo en común, gustos aparte, pues los dos entendemos el sublime y paranormal acto en el que un hombre tiene la suficiente carga testicular como para retar al toro, como un acto heroico. Siempre que el toro esté íntegro, como su madre lo parió, y el hombre sea capaz de crear con él cuanta más belleza, mejor, sin renunciar jamás a la emoción que produce el contemplarlo.
Luego Andrés tiene una profunda y bien entendida formación técnica como aficionado, conoce la lidia y sus secretos perfectamente y esta dotado de ese sentimiento, de esa extraña intuición que no todos los que se sientan en un tendido poseen, para traducir lo que percibe como si el toreo llevara siglos incorporado a la masa de su sangre. Hablo de una memoria antigua, de un sentimiento diferente que nos distingue a unos de otros de todos los que nos podemos sentar una tarde en un tendido para ver como uno de nosotros se juega la vida limpiamente frente al animal más misterioso de la Tierra.

(Si hubiera suerte y tiempo me gustaría, en varias próximas entradas, tratar el tema de la juventud aficionada actualmente al toreo, y cuando digo juventud meto en el saco a algún tarrilla que, aunque no por edad, si se pueden considerar nuevo entre tendidos. Comienzo a ver cosas que me llaman mucho la atención, para bien y para mal, y si les parece a ustedes me apoyaré literariamente en un aficionado concreto, en nuestro querido amigo Andrés de Cáceres. La fotografía que ilustra, preciosa, es de Vanitatis, y será fija cada vez que toquemos el asunto. En ella Anne Igartiburu acaricia la cara con suma y muy femenina ternura a un amigo del alma que parte hacia la batalla, a un guerrero, a un torero, que es lo mismo que me gustaría hacer ahora mismo a mí con Israel Lancho, el otro protagonista de la imagen)