Columa social (3ª de feria)

Ha surgido y comienza a tener voz y voto una nueva clase de aficionados, mareantes, todo sea dicho. Aquellos que ven los toros por televisión, y hasta entiendo que les haya gustado Perera la otra tarde en el pantallazo Molés y también entiendo que lleven sus opiniones hasta el extremo de irritarnos, y les entiendo porque no vieron a José Tomás en la misma tesitura el 15 de junio pasado con los muslos rotos, y torear con la pureza que toreó ese tío sin advertírsele el mínimo gesto corporal que nos recordara que estaba herido.

Con semejante trole trole iba yo pasillo adelante cuando, visualizo a los Victorinos apartados del petardeo del bar del 1, medio escondidos. Aceleré, jo, si parece que se están pasando costo, voy a golel y mañana se lo cuento a los lectores. Metí la nariz entre padre e hijo y el viejo manejaba un fajo de billetes de todos los colores de tres dedos de tomo que acababa de sacar del bolsillo, y le sacudió un de cinco pavos al hijo:

Qué pasa, Victorino, que tienes al muchacho tieso?

- No, es que no tiene cambio para las almohadillas.

O sea, aquí el billete grande y familiar...

-¿Cómo está tu padre?

Bien, y no me cambies de conversación.

-Dale un abrazo de mi parte.

Gracias, y enhorabuena por la corrida.

-¿La habéis visto en el campo?

El bato no sé, yo sólo la he visto en fotos por Internet y me encanta de hechuras y de presentación. Te lo repito Victorino Martín por enésima vez, para mi gusto eres el mejor ganadero de la historia.

- Jajajá, ya está aquí éste con las almohadillas, vamos para dentro.

No me había sentado en la localidad cuando sonó el teléfono. Era mi amigo Ángel Luis, canuteaba desde las antípodas del 7, concretamente desde la delantera de grada, donde estaba sentado justo detrás de Joaquín Monfil. Amen de por su santa, santísima, Ángel Luis estaba acompañado por Rafa Vegas, "Charro", que no sé que mosca le habrá picado al de Ciudad Rodrigo para seguir empeñado en decir que estoy enfadada con él. Pero, Rafael, tronco, si a ti te agradezco yo parte de mi cacareada salud me mental y aunque viviera cien años no te lo podría agradecer. No olvides que fuiste tú precisamente la primera persona que me alertó acerca de la traición venidera de Pepecarlos, cuando en un encuentro casual me insinuaste, muy veladamente, que este bragrado caballero

(de braguero) además de su esposa mantenía a una amante fija, de la que incluso me facilitaste el nombre.

Y poco más que rascar en cuanto a los cotilleos entre tendidos, la corrida de Victorino Martín a mí me mantuvo concentrada todo el tiempo sin apartar la vista del ruedo, y en esos casos paso mucho de controlar famosos, célebres y populares, pues retiro los prismáticos, apago el móvil, y me sumerjo en el inmenso placer que me supone ver lidiar un toro por los toreros en los arenales más importantes del mundo mundial, que diría fpolo.

Y me encantó la corrida, ya no por fotos, sino en directo, vareada, que no terciada, pero muy seria, pavorosa, cariavacada, degollada, brava, una corrida que siempre pidió los medios, levantando el quinto una gran ovación del público de salida. Sus matadores, salvo Luis Bolívar, la ahogaron, porque los seis toros exigiendo distancias antoñetistas que no le fueron dadas por un espantoso Antonio Ferrera y un Diego Urdiales, que estuvo muy por debajo de las condiciones que se le suponen.

¿Qué le pasa a la descolocada afición venteña con Luis Bolívar? Muy arrinconao el colombiano hizo al tercero la mejor faena hasta el momento de la presente feria y el público, injusto con este torero de una forma descarada, no vio o no quiso ver. Un trasteo de muchos quilates, aunque con bajones, mientras le daba una vergonzosa oreja a Urdiales, que pone en Las Ventas la concesión de trofeos por los suelos y a precio de saldo.
A ver, piantes del 7, ¿os ha comido la lengua el gato?

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La perla del día:

A la salida de los toros y altura de El Búho de San Bernardo, camino del malasañero Café Manuela, zaca, coincidencia en el mismo semáforo, en rojo, luego tiempo de repasarnos uno al otro tuvimos, de frente para cruzar la calle Palma, nada más y nada menos que el excelentísimo señor don Álvaro Fernández-Villaverde y de Silva Bazán, marqués de Santa Cruz y Grande de España. Iba hablando por teléfono, de dinero, el hombre del que sospechamos que fue el que ordenó desde su casa llamar al ministerio de Justicia cuando su hermano Pepecarlos tuvo la poca verguenza de entrullarme, exigiendo el señor marqués que no me volvieran a sacar de la perrera por un tiempo. Así se me comunicó en mi primera declaración, testigos mis abogados, el que me nombraron y un amigo que no quiso dejarme sola en tan desagradable situación. Por cierto, ¿quién me nombró ese abogado figura máxima de las Leyes españolas?

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(Foto, El País)