Tarde luminosa y soleada, típica de otoño en Madrid, y en la Monumental anunciada una novillada final de temporada con hechuras de corrida de toros, para tres muchachos absolutamente negados para la profesión. Y creo que es la segunda vez en poco tiempo que, a lo largo de toda una vida escribiendo de toros, descalifica servidora a un aprendiz sin consideración ninguna. Mejor así, desengañarse a las primeras de cambio antes de que llegue la ruina moral, seguramente la económica y sabe Dios si no llega también la fatal cornada.
Los ineptos son José Antonio Benítez, Paco Chaves, que dio una vuelta al ruedo como pudo dar media docena, y Daniel Palencia, que a su debido tiempo llegaron relucientes con sus vestidos de oro acompañados por sus cuadrillas, para irse apagando a medida que caía la tarde y la noche convertía una plaza de toros en una nave a la deriva con cuatro gatos a bordo.
Dicen que había un cuarto de entrada, ¡y un jamón!
Pues aunque de números quebrados anda la que firma regulín, creo yo que un cuarto de un aforo de veinticuatro mil localidades darían unos seis mil espectadores, presentes, y esta tarde en Las Ventas no estábamos más allá de un par de miles.
La ganadería titular era de Mercedes Figueroa -¿de dónde sale tanta ganadería?- aunque como hubo tráfico de sobreros la que firma perdió la cuenta y se desinhibió de lo que pasaba en el ruedo, pensando en las musarañas, fuera de allí, mientras al despedirnos los vecinos de asiento apuntaron que habían salido ejemplares suplentes de Pablo Mayoral, Hato Blanco y Escobar.
Tras un festejo que resultó indescriptible, la gente abandonaba los tendidos y cruzaba la calle mohína camino de sus cuarteles de invierno rumbo a la normalidad. Algunos, otros sin embargo se dirigían a una vida sin toros porque la normalidad para ellos consiste en soportar esta paliza seguida desde marzo a noviembre, una pérdida de tiempo como otra cualquiera para jubilados con la chochera.
domingo, 18 de octubre de 2009
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