
Parapetado detrás de una pancarta en la que se lee "consejo dimisión ¡¡¡ya!!!", se hace el progre por un rato el aritócrata practicando uno de sus entretenimientos preferidos, mientras mira fijamente a la cámara de un alejado fotógrafo. Avisado de antemano como se aprecia por el posado, pretendiendo seguramente el señorito Pepecarlos dejar constancia para la historia venteña de que le echó dos cojones a la vida. La foto no es de ahora, la foto pertenece a la época de cuando este decadente Juanito Santa Cruz, ahora en la reserva, iba de ideólogo de vía estrecha abanderando a los primeros pancarteros desde la grada del "3".
¡Tiempos aquellos!
Así que aclarado que el valioso documento gráfico no tiene nada que ver con la borrachería de pancartas que ha surgido el otro día en el tontódromo oficial del "7", patético, a tendido vacío, todos juntitos, sin espontaneidad, cualquier tarde se encadenan, vamos a sacarle el zumo al acontecimiento que dio origen a un retrato digno de ser colgado en la galería de algún palacio, donde nunca falta espacio para más de un corazón.
Se aprueba el eslogan del estandarte, "consejo, dimisión¡¡¡ya!!!", pues si alguien le ha sacudido al inoperante Consejo Taurino de la CAM esa he sido yo, no jugeteando a la niña mala por órdenes del jefe de mi pandilla como el coleta, sino desde un medio de comunicación de pago, sí, de pago, ¿qué passsa?, ¿passsa argo?, y eso lo sabe hasta Carracuca.
Muy bien también, se aprueba, el que cualquier ciudadano reivindique lo que le salga de los pergolatos allá donde desee, aunque este ciudadano sea un corrupto (taurinamente, no sea que me vuelva a entrullar su excelencia) al que sin embargo se le ha puesto en la presidencia de la Asociación el Toro de Madrid para desgracia de la afición madrileña en su conjunto:
¡dimisión!
Se aprueba así mismo desde aquí el que hace un tiempo y en un golpe como muy de integridad divina de la muerte, la Asociación el Toro rehusara celebrar ningún tipo de actos en el Aula Cultural venteña mientras José Pedro Gómez Ballesteros fuera el barandel, cargo del que piden la dimisión en su wed, emigrando la trupe pomposamente al vecino salón de actos del centro Maestro Alonso, donde, por cierto, fue presentado el gatuperio del Manifiesto en jornada inolvidable de la que ya hablaremos.
Se aprueba también el que cualquier persona puede acudir a cualquier acto a su libre albedrío, inclusive Pepecarlos, lo que no esta tan claro es llegar a comprender cómo el presidente de la Asociación el Toro de Madrid, en calidad individual o en su condición de representante de un colectivo, acude muy dicharachero a una conferencia organizada por el mismo organismo del cual pide públicamente la cabeza de la totalidad de sus miembros,
celebrada el pasado domingo, ciclo sobre Antonio Ordóñez, en una de las aptitudes menos coherentes que en tiempos modernos haya tenido aficionado conocido alguno a la vista de todo el personal.
Máxime teniendo en cuenta quienes eran los dos conferenciantes, dos más que hermanos mayores para mí a los que les debo tanto, que se quedaron perplejos cuando detectaron desde el estrado a José Carlos Estradas entre el público.
Teniendo en cuenta que yo tendría que haber estado en primera fila y él en casita con sus chicas, el aficionado más crítico con la política taurina de su 'primica' Esperanza Aguirre, ¿qué buscaba por allí, camorra?
¿Es consciente Pepecarlos de que con su inesperada presencia pudo interrumpir algún plan para un lluvioso domingo de otoño al ser alguien avisado antes del inicio de la charla de que su chiripitiflaútica persona ocupaba un asiento?
¿Qué pretende este hombre, que le agarren por la pechera, le metan tres ñoños bien metidos directos al tabique nasal y que su cara en vez de la de a un zorro nos recuerde a la de un perro pachón?
(Foto: Asociación el Toro de Madrid)